"Haz volar tus pies con la pericia y la fuerza que hay en ti"
Jack London
Cuando Jack London arribó a la playa de Waikiki (Hawai) en 1907, a bordo de su queche Snark, descubrió que los nativos – y apenas media docena de vagabundos de raza blanca- practicaban una actividad que lo asombró.
Admirado, se pasó largo tiempo viendo como los nadadores se deslizaban sobre unas tablas, siguiendo el rumbo de unas magníficas olas, que los acercaban a una velocidad creciente hacia las playas.
En una primera y superficial mirada de navegante todo le pareció sencillo y fácil de hacer: ¿Qué más sencillo que deslizarse a favor del viento y las olas?
Sin embargo, fue descubriendo con el tiempo que se requería una atención especial y un no menor conocimiento de la velocidad y altura de cada ola, del viento predominante y de la distancia entre ellas.
Las rígidas formas de las tablas implicaban desarrollar una técnica para conducir y obtener su mejor aprovechamiento sobre tan variable, inestable y estruendosa superficie líquida que en cada instante pasaba en sucesión infinita.
Además debían considerarse las probables consecuencias esperables y su resultado final: suave deslizamiento hasta la blanca arena ( y el aplauso de los observadores) o por el contrario estrellarse impiadosamente contra las piedras …y en el mejor de los casos pagar con varias semanas de hospitalización por las magulladuras.
La crónica de los surfers podría leerse en clave empresarial: Contexto, recursos, habilidades especiales, resultados esperados y peligros latentes.
A la época actual con sus consabidas notas de ambigüedad, complejidad, incertidumbre y volatilidad se le imprime, además, la velocidad exponencial del mundo digital.
Un combo de elementos que se combinan para el crecimiento de espíritus con cierta dosis de coraje, iniciativa, no conformidad, ambición, creatividad…y una larga lista de etcéteras.
También es imprescindible reconocer que ya no es tan vital lo que se conoce sino lo que se debe desaprender (principio de learnability G. Mangish, La Nación 14/6/21).
Cada vez menos los negocios se basan en las mismas operaciones, estructuras e infraestructuras que se consideraban básicas y convencionales. Imprescindibles reglas del arte hasta no hace mucho tiempo y que ya no sirve más que cómo anécdotas.
Ahora el MVP (producto mínimo viable) adquiere protagonismo contundente y se corporiza paradójicamente en resoluciones y aplicaciones no tangibles que caducan en instantes. Como las olas que pasan rugiendo.
Velocidad y ruptura, tecno innovación y cambio permanente.
Arribar al Circulo Dorado, que se alcanza buscando el Por Qué, que otorga sentido a cada iniciativa es quizás lo único-según Simon Sinek- que permite mantener un rumbo estratégico fijo e inalterable ante un escenario que se modifica permanentemente como las olas sobre la inmensa superficie del mar.
Por qué, que además del mencionado sentido, define la identidad y la inalterada convicción, necesariamente motivadora de los esfuerzos que cada nuevo emprendimiento exige.
Transitar el camino que va desde las ingeniosas ocurrencias de un simpático grupo en un trasnochado brainstorming hasta explicar convincentemente el veloz retorno de la inversión, con resultados en negro al cierre del cuatrimestre, no es para opinadores de panel.
Los surfers que descubrió Jack London, sabían lo que hacían, aprendían algo nuevo en cada salida cotidiana que los obligaba a replantearse lo aprendido en cada jornada y disfrutaban también de una audacia rayana en la locura estimulados por el sol sobre sus cabezas.
La misma actitud con la que es imprescindible contar, en la actividad empresarial, para qué- en los tiempos actuales-, lleguemos airosamente parados sobre una mínima tabla, hacia las blancas arenas del éxito….y recibir al descuido las felicitaciones y la admiración de la platea.