La intuición del genovés
- Shinka Consulting
- 23 jul 2019
- 3 Min. de lectura

A medida que avanzamos en el conocimiento de las operaciones cerebrales aparece el misterio del funcionamiento de la mente.
Si bien es una palabra con su recorrido histórico en los últimos tiempos alcanzó una notoriedad y trascendencia pública cada vez más presente.
Los algoritmos, de ellos se trata, salieron de la restrictiva esfera del vocabulario técnico altamente especializado y, aupadas en la evolución tecnológica, son utilizadas cada vez más en el lenguaje popular.
Sin entrar en la popularidad del lunfardo de “saberla lunga” los algoritmos implican el cómo saber hacer algo.
Las explicaciones más sencillas de algoritmo lo presentan como el conjunto ordenado de operaciones sistemáticas, definidas, ordenadas secuencialmente y finitas, que permiten llevar a cabo una actividad para arribar a un resultado y/o solución esperado.
Su campo de acción va desde las sencillas operaciones de: pelar la papa, luego hervirla y cuando finalmente está blanda, agregar leche, manteca y especias, aplastar los grumos y lograr así un cremoso puré. (Proceso que no debe alterarse a riesgo de multiplicar esfuerzos pisando una papa cruda que resulta casi indigerible).
Otro algoritmo mucho más complejo es un proceso industrial en el cual deben respetarse los pasos que la buena técnica indica como probadamente eficientes para convertir, las más diversas materias primas en codiciados objetos de consumo; Por ejemplo: desde la extracción del mineral de hierro y/o los derivados refinados del petróleo crudo para obtener, sumando y haciendo confluir miles y diversos procesos manufactureros- y sus respectivos algoritmos- en un esbelto auto deportivo.
Los algoritmos fueron creciendo en complejidad y abarcando cada vez más campos de actuación a medida que las máquinas creadas por el hombre salieron de la manufactura artesanal para expandirse- sin límite visible- en la revolución industrial.
La aparición de las computadoras, los procesadores de datos, los circuitos integrados y el incesante aumento de las velocidades en captar y procesar datos simultáneamente, inició otra fabulosa posibilidad: La inteligencia artificial.
“Los algoritmos de Google y Facebook no solo saben exactamente como nos sentimos, sino también un millón de datos más sobre nosotros que ni siquiera sospechamos. En consecuencia, ahora debemos dejar de escuchar a nuestros sentimientos y, en cambio, empezar a escuchar a esos algoritmos externos”. Y:N:Harari; Homo Deus, pág. 426, Penguin Random House, 2016.
Sin embargo, otro renombrado pensador contemporáneo, el filósofo Markus Gabriel, en una entrevista recientemente publicada, afirma qué en realidad los algoritmos procesan enorme cantidad de datos del pasado y de ahí pronostican probables comportamientos futuros…inclusive los errores.
”El algoritmo no sabe, el algoritmo solo confirma mis errores anteriores”, Suplemento Ideas, La Nación,14/7/19.
Las decisiones erróneas o elecciones equivocadas pueden reiterarse y propagarse cada vez más. Le agrega además que la mente humana incluye algo más – que todavía ignoramos cómo se genera- y que no son simplemente sumas infinitas de procesos. “No se puede reducir el conjunto de esas relaciones ni a tu cerebro ni al mío, porque hay más procesos entre nosotros: por ejemplo la transmisión de sentido”.
Tanto Harari como Gabriel coinciden en que todavía, la inteligencia artificial, el big data y el procesamiento cada vez más veloz de innumerables datos no pueden suplantar ni predecir algo tan intangible pero muy real como los sentimientos, la intuición, la sensibilidad, el pálpito, la certeza o la inspiración que anida en lo más profundo y misterioso del alma humana.
Un emprendedor, un intuitivo, un creativo que intuye la necesidad que el potencial consumidor ni siquiera sospecha y logra monetizar un producto y/o servicio impensado y original no ha podido –hasta el momento- ser reemplazado por los más sofisticados y complejos algoritmos.
El personal “insight creativo” unido a un particular “olfato” comercial ha generado múltiples fortunas en la historia de la economía.
Todos los días aparecen nuevos ejemplos.
La capacidad para transmitir esa inspiración tan personal, esa luminosa certeza interior en una visión y su correspondiente misión, llevó a un marino genovés - conocedor en profundidad de los diversos algoritmos del arte de la navegación- a vencer los malos augurios, solicitar un empréstito real, armar tres carabelas y descubrir América.
Quizás en un cercano futuro los algoritmos nos lleven a Marte.
Por ahora, los intuitivos emprendedores exitosos se “hacen la América” en el agobiado planeta Tierra.