El empobrecimiento de la atención
- Shinka Consulting
- 20 jul 2015
- 2 Min. de lectura

Daniel Goleman, FOCUS, Ediciones B Argentina, 2013.
También los adultos pagan el precio de la atención declinante. “Hace unos años podíamos presentarnos en una agencia publicitaria con un video de cinco minutos. Hoy debemos restringirnos a un minuto y medio. Si al cabo de ese lapso no logramos capturar la atención, nuestro auditorio comenzará a revisar sus mensajes de texto”, se lamentó un publicista en un reportaje radial realizado en México.
Un profesor de cine interesado en leer la biografía de uno de sus héroes, el legendario director francés Francois Truffaut, me reveló: “No puedo leer más de dos páginas seguidas. Siento la abrumadora urgencia de revisar mi casilla de email para ver si llegaron nuevos mensajes. Creo que estoy perdiendo la capacidad de mantener mi concentración en algo serio”.
La incapacidad de resistir el deseo de revisar la casilla de email o Facebook en lugar de concentrarse en el interlocutor nos conduce a lo que el sociólogo Erving Goffman-un experto observador de la interacción social- denominó “away” (lejos), un gesto que dice “no me interesa” lo que ocurre aquí y ahora.
En la tercera conferencia All Things Digital, realizada en 2005, los organizadores desconectaron el wifi del salón principal porque el resplandor de las pantallas de las laptop indicaba que los asistentes no estaban atentos a lo que sucedía en el escenario. Estaban ausentes, en un estado de “atención parcial”, tal como lo definió un participante, una falta de claridad mental inducida por la sobrecarga de información que ofrecían los oradores y por lo que hacían con sus laptop. Para combatir esa atención parcial, en algunas compañías de Silicon Valley se han prohibido las laptop, los teléfonos móviles y los dispositivos digitales durante las reuniones.
Al cabo de un rato sin mirar su teléfono móvil una ejecutiva de publicidad confesó que sentía “un cosquilleo”. “Pierdes la emoción de recibir un mensaje. Sabes que no es correcto mirar el teléfono cuando estás con otra persona, pero es adictivo”. Por lo que ella y su esposo hicieron un pacto: “Cuando llegamos a casa guardamos los teléfonos en un cajón. Si lo tengo delante me pongo ansiosa, tengo que mirarlo. Ahora tratamos de estar más presentes, conversamos”.
Nuestra atención se enfrenta a permanentes distracciones, internas y externas. La pregunta es: ¿cuál es el precio de distraernos?...