Somos buscadores de coincidencias
- Shinka Consulting
- 21 sept 2015
- 3 Min. de lectura

Fragmento de CASUALMENTE, Martín Tetaz, Ediciones B,Argentina 2015
Alejandro de Cabo se levantó sobresaltado a las cuatro de la mañana en una helada madrugada madrileña. Su novia Yolanda de Mena intentó calmarlo, pero el joven no podía parar de repetir una y otra vez que había soñado con el papa, pero no con Benedicto XVI, sino con uno nuevo, de nombre Francisco. Nada de particular, a no ser porque aquella realización onírica ocurrió el 11 de febrero de 2013, en la víspera de que Joseph Ratzinger efectivamente conmocionara al mundo con su renuncia y un mes antes de que Jorge Bergoglio fuera convertido por los cardenales en el primer Papa latinoamericano, para elegir inmediatamente el nombre con el que había soñado Alejandro. No se trata de un cuento chino. El tweet de @yolandamena: “Mi novio anoche se despertó a las 4 am diciendo que había soñado con un nuevo papa llamado ´Francisco I´ y hoy Benedicto renuncia. @ardecabo”, y está fechado el mismísimo día de la renuncia del alemán y hasta el día de hoy ha recibido más de 100.000 retweets.
Ahora bien, si usted cree en Dios es posible que a esta altura tenga piel de gallina, pero si es agnóstico como yo y encima tiene alguna formación en estadística, lo más probable es que todo esto le haga acordar al famoso personaje de Valeria Bertucelli en Un novio para mi mujer. La “Tana” Ferro odiaba a los buscadores de coincidencias. Por ejemplo, a su vecina del 2° B se sorprendía porque ambas eran de Sagitario, e incluso forzaba la similitud porque ella había nacido el 11 de diciembre y la mujer del personaje que encarnaba Adrián Suar había venido al mundo un día 19 del mismo mes. Odiaba, en rigor, a cualquiera que le pareciera notable haberse cruzado con una persona que hubiera nacido bajo el mismo signo zodiacal. Resulta lógico el fastidio: después de todo, uno de cada doce veces que dos personas se encuentran es probable que coincidan en el horóscopo.
Pero lo que la “Tana” no sabía es que, odiando a los buscadores de coincidencias, odiaba en rigor a todos los seres humanos puesto que el homo sapiens es, en esencia, un buscador de regularidades, patrones y, por supuesto, de coincidencias. Buscamos regularidades y coincidencias, prejuzgando a partir de muy pocos casos, porque sabemos que los pocos casos de nuestra experiencia serán bastante distintos y que no tendremos oportunidad de construir probabilidades ciertas, sobre las cuales basar nuestros juicios.
Así, tendremos más probabilidades de cometer el error de ver una relación entre dos variables cuando la relación en realidad no existe (error de tipo 1, ó coincidencia), pero reducimos las probabilidades de incurrir en el error de no ver una relación entre dos variables cuando esa relación efectivamente existe (error de tipo 2, ó negligencia). Ese error de tipo 1 es el que probablemente cometieron quienes levantaron la historia de este joven soñador español que creyó haber destronado al mismísimo Nostradamus. Resulta más plausible pensar que el chico se inventó lo del sueño y al enterarse de la renuncia del viejo Papa simplemente arriesgó un nombre, como lo pueden haber hecho cientos ó miles de personas alrededor del mundo. Pero, claro, a la postre solo uno de ellos terminará acertando, por una cuestión de mera probabilidad. Por azar.
Visto a la luz de los eventos consumados, el pronóstico luce como profecía y resulta tan difícil no sorprenderse, como si uno se encuentra en un aula de 60 alumnos de la Facultad con dos estudiantes que cumple años el mismo día, aun cuando es sabido que es un evento altamente probable (99% probable, para ser más precisos).
Estos buscadores de coincidencias pueden ser un fenómeno simpático en las redes sociales, pero hacen estragos cuando esos sesgos del comportamiento se trasladan al mundo de los negocios y las finanzas, puesto que la gente cree entonces que puede ver patrones y coincidencias en los datos de la evolución de los precios del mercado, aun cuando estos describan un camino realmente aleatorio. Así, los agentes observan cinco días consecutivos de subas en el precio de un activo (el dólar, por caso) tienden a pensar que están en presencia de una racha, cuando es perfectamente posible que ese resultado se haya producido enteramente por caprichos del azar. El problema es que esa creencia motoriza un comportamiento de compra del título presuntamente en suba, que no hace otra cosa que cumplir la profecía.




















